miércoles, 20 de agosto de 2014

Tensiona la vida el cuerpo, cercandolo hasta llevarlo al vértigo, donde las alturas marean y provocan el vómito de miedos y palabras enquistadas, reajustando las lentes con las cuales ver la realidad. Voltea la lógica hasta forzarla a dimitir, y así introducir la incertidumbre en el cuerpo. No permitiendo pisar firme suelo, obligando a un perenne movimiento. Ciega la mirada para de este modo sólo mirarnos, vernos a nos. Asirnos a las lianas que de nuestra existencia afloran, los únicos puntos seguros que nos permite la vida, ante su embate para movernos del asiento, anulando toda verdad alimentada por la pasiva existencia. Amenazando las seguridades, que espantadas huyen, por no enfrentarse a su fuerza. 
Vuelve a marea la mente, hasta provocar nuevos vómitos, y así vaciar el contenido de nuestro estómago, el alimento que nos indigesta, sentir de nuevo el hambre y salir en busca de alimento, conocimiento que nos resucite. Desprovisto de armazón que proteja, y de armas con las que cazar, volvemos al mundo únicamente con la inteligencia, otrora atrofiada, ahora obligada a regenerarse. Porque el salto al vacío requiere se don para sortear los peligros.
Fuerza la vida a sus elegidos, marcándolos y empujándolos más allá de toda frontera, ronzando la locura humana, y así se llega al centro de la tormenta, donde en calma la luz se hace, y comprendemos el caos. Serenos proseguimos abriendo senderos, sonde sólo hay polvo.

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