martes, 5 de agosto de 2014

Las olas morían en la la arena, borrando las huellas dejadas por el caminante. El sol despertaba iluminando el espacio donde sentado permanecía él, contemplando el horizonte, y abrigándose con sus manos del frescor de la mañana. En la soledad de los primeros minutos del día, escuchaba los sonidos de la naturaleza, antes de sonar el concierto artificial de la vida.Y se preguntaba, la perpetua pregunta que le acompañaba.
 Su mirada en el horizonte buscando respuestas al caos de su existencia, deseando engancharse a la vida, en lugar de seguir sintiéndose ajeno a ella. El vacío que el resto del día inundaba su ser, se diluía en esos breves instantes, y llenándose del aroma del salitre, la energía que le faltaba, se renovaba, aunque con el trajín diario se esfumaría.
 Pero aquella mañana no sentía fuerzas para hacer frente a lo cotidiano, aquella mañana quisiera permanecer allí, cual estatua, no existía razón alguna para abandonar su puesto, había llegado al punto de saturación con su actual vida. No había nada que le llenase, salvo contemplar el amanecer, por el camino se distanció de la compañía humana, el trabajo le generaba urticaria y hastío, no recordaba cuando sonrío por última vez, y donde guardó sus ilusiones, menos aún el modo por el cual llegó hasta esta punto crítico.
 Sólo la paz le llegaba en el silencio mañanero, observando el horizonte y respirando el aire aromatizado. En ocasiones se evadía imaginando una vida alejada del bullicio, sin esclavas obligaciones, ni forzados compromisos. Sin pensar en el mañana, ni pretender acumular nada.
 Lloró en silencio, vaciando las cuencas de sus ojos, liberando todas las lágrimas que antes retuvo. Sentía la humedad recorriendo su rostro, y se liberaba de penas y culpas acumuladas. Penas olvidadas, en el empeño inútil de proseguir un camino de perdición. Un intento de huir de la axfísia y el dolor que acumulaba en los almacenes del olvido. Seguir caminando a ciegas, buscando el orgullo de una vida normal, que cercenaba parte de sí.
 Lloraba cuando a lo lejos comenzó a oír los cansinos sonidos de la normal vida.
Los sonidos chiriantes de abismos que encienden temores paralizantes. Plabras que petenden proteger el polvo de un mundo que estalló en mil pedazos, y así asqueado de los mismos comentarios, de las mismas palabras, comprendió que era el momento de abandonarse a los naturales impulsos humanos, no rretornando a la rutina mareante. Comtemplar en rebeldía el oleaje, reposando el cuerpo en la cama de arena, y al calor del sol de invierno. Marchar antes de ser despedido, tomar iniciativa rescatándola de los anclajes de efímeros compromisos de responsabilidades que benefician a otros, menguando el deleite propio. Alzar la cabeza al cielo, esperando ver volar castillos en el aire, y al menos escoger la propia derrota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario