viernes, 1 de noviembre de 2019

No observas que tu huracan gritado, borra el mapa de tus deseos, dibujao en la arena de un desangelado desierto, que nos separa, quedando a cada lado de las rocas que las palabra empujan, como si luchásemos por una vida que se nos escapa. Una vida que permanece, a pesar nuestro, y nos arrastra, mientras queremos imponer nuestra razón, nuestra imagen idealizada, sin aceptar que quizás ya no debemos proseguir caminos juntos. Mas bien separarnos y distanciar nuestras amenzas, hasta que las armas se enfunden en el silencio.
No existe razón en lo que gritamos, en lo que callamos, en lo que hacemos, sólo es ya un ritual, un mecanismo repetido sin fin, hasta que la lucidez nos alumbre. 
Mientras somos muertos vivientes, que para existir necesitamos necesita este silencio de palabras expulsadas, este combate de heridas sin muertes, y así despertar de una insípida existencia, a través del dolor, que después relataremos, cual victimas que manipulan, atrayendo otras miradas, pero que no viven, salvo en el dolor.
Es hora de cerrar la boca, de silenciar el viento de nuestras gargantas, asumiendo la soledad, el tema real que jamás hablamos.