lunes, 30 de septiembre de 2013

Hay que amar en vida, con todo el alma, para saber renunciar, aceptando que no somos toda la vida, ni cubrimos todas las necesidades, ni siquiera somos todo el abono que permita desarrollarse. Asumir que otros brazos recorrerán su cuerpo, y la maravillaran otros labios, otras miradas, otras historias, otros lugares que recorrerá.
Hay que amar profundamente, renunciando a la propiedad, anteponiendo el bienestar que ocasiones no surgen de su compañía, momento donde el deseo y amor no confluye, y acallar el anhelo es la opción de amor, siendo testigo del vuelo que emprende.
Hay que amar intensamente, para contemplar la felicidad en su rostro, surgida de otras fuentes, sintiendo lo finito que se es, lo limitado que somos, por mucho que contengamos un universo. 
Amar con lágrimas en los ojos y sonrisa en los labios, sintiendo la grata debilidad que sólo muestra el amor sincero, necesaria para el encuentro, incluso en la despedida.
Hay que amar enteramente, para saber que ha de proseguir su viaje, que no fuistes el puerto final, sino un caladero donde reponerse, y contemplar como parte.
Cuanto cuesta la libertad,
el respiro del viento
sin promesas de formalidad
cuántas heridas se necesitan
para respirar el aroma de la libertad
Cual es el precio por ser uno
mirar en el espejo
siendo reflejado en plenitud
caminar en uno mismo
caminar sobre el asflato
donde entregamos la sangre
que germinó la libre circulación
Gritar te amo, aunque me odies
besando los ojos de otro
tejiendo tejados sobre los sueños
sueños sobre el asfalto
qué dulce precio por ser libre
entregar el dolor
para respirar sin artificio.
¿Cúal es el precio por ser libre?
Lograr que rebote tus palabras
en tanques de la indiferencia
Deshelando la frialdad de tu vacía voz
Ser libre a favor del vivir.
Vida que se disuelve en cada sentir.
Precio pagado por existir.

martes, 24 de septiembre de 2013

La vida es un breve exceso que nos soñó

La vida está llena de excesos, su belleza esta en el exceso de la sencillez, maravillarse con el desierto es contemplar el sin fin de arena que abre el espacio infinito al mirar, la belleza de las montañas está en la altura sublime, desde donde contemplar los horizontes, la belleza del mar está en ingente cantidad de agua desparramada que juega con sus colores al traspasarla la luz, la belleza animal consiste en su innumerables formas de ser, compenetrados en un bello equilibrio. La belleza humana está en su incansable fuerza que vence a su fragilidad, logrando retos imposibles, en su amor que entrega felicidad a otros. 
La vida es un exceso de imaginación, que ronda los sueños, y crea todo el arte que un corazón genera. Es un exceso de sensaciones, que brotan de una cascada, de una blancura fría, de un baile empapados por la lluvia, de un abrazo, de una lectura, de una imagen, de un recuerdo, de una imaginación, de un deseo incansable por vivir en diferentes modos de existencias.
La vida es un exceso, puesto que el tiempo avanza hasta alcanzar el fin, y de ahí que alimentemos el hambre por sentirse vivo a cada instante, en cada latido, en cada respiración, en cada alegría, en cada dolor, hasta lograr un estado de felicidad.
La vida es un breve exceso que nos soñó.

EMBRIÁGUENSE

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.

Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

“¡Es hora de embriagarse!"
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
Charles Baudelaire



Me lleno del aire que en la cornisa refresca mi cansancio, acariciando mi rostro hasta dirigir mi mirada al horizonte. Me lleno los pulmones del viento que penetra por mi nariz, insuflando vida y aligerando el peso del pensamiento. Embriagado abandono mi mente mareada, y vago por el espacio del ser, encontrándome repleto de miradas.
Abundancia de tu luz acompaña mi embriaguez, en la escasez del tiempo, y suenan las notas que tu voz pronuncian, ocupando el vacio con masajes del alma. Se suceden instantes, donde derrocho en abundancia hambre de vida, sed de vivencias que en la pobreza de mi ropaje me niego a reservar. Así estallan innumerables emociones, en fuegos de colores, que tiñen el cielo.
Consumo las horas, grabando en sus minuteros, los poemas que compuse, en cada encuentro con el más allá de mi cuerpo. Consumo incluso en la vigilia, donde mi ser inventa sueños de verdades, que al amanecer impulso a ser realidad. 
Despedí a la prudencia, que no al miedo que advierte, por imponer obstáculos a la vida, y con cincel dejé que golpearan en abundancia, puliendo la piedra que soy, para esculpir la estatua que oculto en su nucleo. Y del sobrante lo fundí en fuego, para amasar figurillas, o sangrarlos para escritura.
Emborrache mis sentidos, embriagado de líquidos, molí mis huesos, alcanzando cumbres, y danzando sin freno. Derroté mis energías en consumos irrefrenables, de impulsos vitales. Y me fundí con cada atardecer, siendo sueño en la noche, y anhelo en los amaneceres. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Las palabras surgían a impulso de un tono entristecido, enfriadas por el frío que la piel anunciaba, reflejando la ténue luz de su mirada. Respirar para reponer el combstible, escaso en su cuerpo, ayudaba a transmitir aquello que corre riesgo de enquistarse en el alma. En ocasiones se esbozaba una frágil sonrisa, entre voces de confusión o dolor.

Quise besarte, pero sólo abrí la boca para pronunciar palabras. Desee ardientemente sentir tus labios en un beso, mientras hablabas sin cesar, pero fui incapaz de traspasar una línea imaginaria, la indecisión lo impidió, argumentando que no existía signos que indicase que compartíamos el mismo deseo. En algún momento surgió la orden de acercar mis labios a los tuyos, orden que se desobedeció manteniendo una distante prudencia. Pero yo deseaba fervientemente besarte, tal era mi anhelo que en ocasiones no escuchaba tu voz, sino que veía los labios moverse, los labios que quise besar, uniendo tu cuerpo al mío. Y el beso no surgió, lo aborté en cada mínimo intento, en la confusión del miedo que recitaba la solemnidad del momento, la obligación de escucharte, que no parecía que tu deseases que me besaras, y así las brasas de un beso soñado quemaban mi deseo, dejándolo en ascuas. Porque yo deseaba besarte, incluso cuando ya no te vi, cuando marcastes a tu casa, y regresaba en soledad, con un deseo que no cumplí.
Y ya que apenas nos conocíamos, según dicta la razón, pero ardí en deseo de besar tu boca, sentí que deseaba esa comunión contigo, que necesitaba aprenderme tu currículum, pues era el instante de besar tu voz.

Selló mis labios con los suyos, sorbiendo mis palabras y así permaneció el silencio, sellado por un beso. 
Su piel, mapa extenso de su espirito, fue recorrido por mis dedos, sintiendo el palpitar de su vida.
Mi piel fue explorada por la húmeda sed que sus labios sentían. Entregando en derroche generoso una colección de emociones. 
Cegado busqué su tacto, y atrapados en los brazos exploramos la existencia mutua, aclamando el disfrute de un amor silencioso. Danzamos sin orquesta, ni pasos programados, únicamente al son de unas caderas que entendieron el ritmo de una pasión que atravesaba nuestro deseo de sentirnos vivos.
El tiempo se detuvo, mas la vida se mostraba, crecía en respiración entrecortada, en cada latido que impulsaba la voluntad de ser uno. La voz fue espectador de como comunicarse a través del silencio, como lograr las más bellas expresiones sin palabra alguna.
Entregamos la desnudez del alma, liberándola para descubrir las fuentes del amor placentero, descubriendo como cada rincón susurraba un cuento.
Proseguimos ansiosamente, desde el instante que sentimos el calor fluyendo por las venas, el deseo apoderarse de la razón, la falta de aire en los pulmones y alcanzamos la antesala del morir, para vivir la luz estallando en la fusión plena de nos, vaciando el vacío. 
Renacimos repletos de cariño.
Los labios sonreían, los ojos capturaban la felicidad, los brazos nos acogían en nuestro hogar.