Hay
que amar en vida, con todo el alma, para saber renunciar, aceptando que no
somos toda la vida, ni cubrimos todas las necesidades, ni siquiera somos todo
el abono que permita desarrollarse. Asumir que otros brazos recorrerán su
cuerpo, y la maravillaran otros labios, otras miradas, otras historias, otros
lugares que recorrerá.
Hay
que amar profundamente, renunciando a la propiedad, anteponiendo el bienestar
que ocasiones no surgen de su compañía, momento donde el deseo y amor no
confluye, y acallar el anhelo es la opción de amor, siendo testigo del vuelo
que emprende.
Hay
que amar intensamente, para contemplar la felicidad en su rostro, surgida de
otras fuentes, sintiendo lo finito que se es, lo limitado que somos, por mucho
que contengamos un universo.
Amar
con lágrimas en los ojos y sonrisa en los labios, sintiendo la grata debilidad
que sólo muestra el amor sincero, necesaria para el encuentro, incluso en la
despedida.
Hay
que amar enteramente, para saber que ha de proseguir su viaje, que no fuistes
el puerto final, sino un caladero donde reponerse, y contemplar como parte.
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