lunes, 23 de septiembre de 2013


Quise besarte, pero sólo abrí la boca para pronunciar palabras. Desee ardientemente sentir tus labios en un beso, mientras hablabas sin cesar, pero fui incapaz de traspasar una línea imaginaria, la indecisión lo impidió, argumentando que no existía signos que indicase que compartíamos el mismo deseo. En algún momento surgió la orden de acercar mis labios a los tuyos, orden que se desobedeció manteniendo una distante prudencia. Pero yo deseaba fervientemente besarte, tal era mi anhelo que en ocasiones no escuchaba tu voz, sino que veía los labios moverse, los labios que quise besar, uniendo tu cuerpo al mío. Y el beso no surgió, lo aborté en cada mínimo intento, en la confusión del miedo que recitaba la solemnidad del momento, la obligación de escucharte, que no parecía que tu deseases que me besaras, y así las brasas de un beso soñado quemaban mi deseo, dejándolo en ascuas. Porque yo deseaba besarte, incluso cuando ya no te vi, cuando marcastes a tu casa, y regresaba en soledad, con un deseo que no cumplí.
Y ya que apenas nos conocíamos, según dicta la razón, pero ardí en deseo de besar tu boca, sentí que deseaba esa comunión contigo, que necesitaba aprenderme tu currículum, pues era el instante de besar tu voz.

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