Las
horas anticipan en susurros, que capta el viento, el porvenir de lluvia que se
deslizará por el monte, confluyendo en un moribundo río. Va anunciando el
cambio de color en el cielo, y el aroma húmedo que impregna el viento. Un
ligero frío anuncia su llegada, y posteriormente se siente la tensión que
anticipa el estallido, la ruptura de las nubes. Momento que vaciarán su agua, y
el viandante escuchara el sonido de la misma golpeando el suelo, lugar donde
deposito su mirada, procurando atravesar la mata húmeda que humedece su piel, y
sus huesos. Acelera sus pasos, convertido en riscos por el cual se desploma el
agua, desde el cabello, o desde los hombros, regando el camino, mientras ansía
refugio en su hogar, el cual alcanza, siendo un mar de desolación, que
desvestirá sus caladas ropas, y al calor de la estufa, se vestirá de hogar.
Tazón de caldo caliente en las manos, depositará su mirada en las afueras de
vivienda, allí donde el agua desciende del cielo, empañando toda respiración.
Caliente el cuerpo, evocará imágenes donde el agua fue compañera, resguardo del
frescor, vaciara sus cuencas, añorándote, reclamándose convivir en escenas
bucólicas como esta, aumentando su filmografía vital, máxime ahora que sus
hueso no sostiene la fogosidad de antaño, y la soledad pesa en la vida.
Sorbe
su caldo, siente como el agua caliente recorre su garganta, mira la lluvia,
tiembla sus labios, negándose a abrirse, omitiendo llantera alguna, por más que
el pecho se hinche. Aún así un hilillo de tristeza se desplaza por su cara.
Humedad que penetra por nariz, humedad que exhala a la par que la lluvia golpea
sus ventanales, y aquella humedad que no halla salida por sus labios, ni por su
nariz, logra colarse por las grietas de la tristeza. Hilillos que asemejan a
sus caricias, sus besos, que lograban limpiar la dureza de la vida, sanando
heridas olvidadas.
Apoya
su vida en el cristal, que refleja la calle distorsionada, gracias a las gotas
que golpean incesante. Difuminacion de imágenes, tal como le sucedió con sus
recuerdos.
Permanece tras el ventanal, transcurriendo el tiempo, ignorando dolores, que su cuerpo grita. Recordando los espacios que no podrá ocupar, los rincones a los cuales ya no llegará. Vida que cerro su libro, en el instante que reflejado en el espejo, asumió su merma, los movimientos que no logró responder a su voluntad. Y en la penumbra de su mente intuyó el fin de una era, de un vivir.
Finalizaba la lluvia, de aquella tarde, con sus últimas gotas rezagadas. Anduvo, arrastrando sus pies, hasta el sillón que esperaba su presencia. Reposo el cansancio físico sobre él, y cerro sus ojos, mientras escuchaba su música melancólica.
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