viernes, 6 de septiembre de 2013

Buscando el silencio

Siguen las voces, voces que se entrecruzan generando un ruido de motor ensordecedor, al pretender alzar la frecuencia de cada una de ellas, y así componer una espuma de humo que impida vivir la realidad al cegar la mirada, que recibe tanto gas, escociendo los ojos, los cuales se empañan de lágrimas, y taponar el raciocinio al bloquear el oído. Así siguen las voces, en pugna por imponerse cual gallo de pelea. 
Y entre tanto ruido no logro desentrañar el sentido de los sonidos que taladran mi capacidad de entendimiento, no logro saber porque los dedos que me señalan, como si fuesen fusiles, aprietan mi centro emotivo, y tiñen mi sangre de culpa. Mientras en un sin fin, balas pronunciadas crean una cúpula aislante, hieren mi posibilidad de sentir lo que vivo, porque desconozco el libro que indica cómo ser persona. 
Ser tara, sentirse tara en un entramado envuelto en perfección, es lo que llega a mi presencia, cuando la función echa telón. Resonando las voces que embotaron todo pensamiento, y desconectaron los circuitos por los cuales contacto con el mundo, reconociendo sus sabores, sus olores, el peso de la vinculación a sus manos, a su mirada, y también a la boca que besa, no sólo que disparan voces alteradas, desfiguradas. Bocas llenas de aire que desinflaran la luz para retumbar en el viento su desgarro. Empañando de agrío líquido el ambiente.
Bocas que engarzan retazos de verdades, con los cuales pretenden decorar la coraza que me sostiene, enganchándome sin remedio a una cadena de voces de la cual no escapar, mas son varias las impetuosas voces que aspiran a fagocitarme, y lanzaron sus arpones hacia mi, tensando su cuerdas, hasta desgarrar mi esencia en diminutas partículas que abandonan en suelo. Voces que olvidaron su sentido, perdiendo el contenido en impulsos de fuerza.
Y yo, que siento la necesidad de huir al silencio, de cerrar los ojos, para sentir el viento en mi rostro, y comprobar como mis latidos desaceleran su ritmo, y los telares con los que compuse mi persona, dejaron de ser peso y se convirtieron a liviandad. 
Huir al silencio donde las bocas sólo mastican, no existiendo perturbación en el ambiente, que alcance a desvirtuar la existencia. Silencio que nunca engaña, que nada oculta, que no impone, y muestra a quien quiera ver lo que necesita para vivir. 
Calmar mi mente en los sonidos del silencio, sin temor a encontrar voces que irrumpan sin permiso en mi hogar. Silencio que permite sentir la vida en toda su crudeza, desnuda de matices que señalan las estridentes voces. Lugar donde la mayor parte del tiempo soy, y no pienso, observando verdades que se emponzoñan en el mundo ruidoso de las voces.

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