domingo, 31 de agosto de 2014

Culpable de vivir.

Condena de culpabilidad pesa sobre mi corazón, condena por ser sincero con su deseo, por gritar su verdadero sentir, cuando finaliza un vivir, para iniciar otro sentir. Condena sin juicio sumarísimo, se impone en mi pensar por ser honesto con la vida, y en libertad recibir la decisión de proseguir, en personalizado acto, por nebulosos senderos, a los cuales sentirse atraído.
Ejecutan la sentencia automáticamente, con violencia justificable, golpeando mis debilidades, sin un rastro de compasión. Reo de la ira, se lapida sin cuartel mi ser, pedradas que resuenen en un inconsciente herido, recuerden para dificultar camino, en razonable acto de crueldad, desde un papel de victimismo, que renuncia al sentido natural de discurrir de la existencia, donde el cambio es la base imprescindible del vivir, donde los deseos son ingobernables, y es necesario que se produzcan despedidas, para dar la bienvenida a nuevos aires, mas soy preso de frustraciones y renegados anhelos ajenos, que imponen, mediante fuerza, su voluntad, coaccionando al corazón, en perpetuo chantaje que beneficia al otro lado de la orilla, objeto despersonalizado del deseo inoculando penas, que aumenten una ficticia culpa, desfigurando la santa voluntad del alma, y el derecho a ser feliz, escogiendo el modo de serlo.
Dicen amar, amar desde una posesión, y olvidan que en el fondo permanece un acto de colección de cromos, de cromos repetidos año tras año, por pánico a dejarse llevar, ser arrastrado por la corriente del vivir. Y ante el dolor del fin, lo enfangan en un sufrir, huida de una verdad evidente, en los silencios de las palabras, que empapelaron las horas muertas de un agónico fin alargado.
Responsabilizando del la vida propia, a persona ajena a si mismas, responsabilizando de la felicidad a quien acompaña en el olvido, responsabilizando de existir a quien sepultan en mantos de dependencias, por no mirarse en el reflejo de su voz, vivir sin asumir consecuencias, que son despejadas al enemigo amado. Regalo envenenado, que permanece tiempo en las venas, en los llantos que se niegan, en las risas que parecen no ser merecidas, en el bienestar que condenan a gritos, en la gracia que tiñe de desagradecimiento, ecos que resuenan informando de la supuesta maldad, incomodando al placer de vivir. 
Culpable de vivir, como el mayor pecado cometido, culpable de sentir, como forma de caer en condena, culpable de seguir al corazón, juzgado desde la deshumanización por el tribunal que sentencia, culpable de soñar cuando había que ser perfecta pieza de engranaje. Culpable de ser, en lugar de estar, de estar a voluntad de premisas institucionales. Culpable de vivir, es el pecado que cometí. 
De vivir el dolor de la despedida, de vivir el deseo de la bienvenida, de vivir a voluntad del viento, de vivir sin cumplir con el estatuto de la existencia, de vivir en libertad, de vivir en un sueño que desarma organizaciones varias, de vivir con gratitud a lo recibido en tiempo pasado, de vivir en perpetua búsqueda de la alegría, conduzca a donde conduzca, de vivir sin programación prefijada, de saltar al vacío cuando todo parece estar protegido, de vivir con mi propia responsabilidad únicamente, de vivir sencillamente, de eso me condenan en cartas de reproche, y balas de frustración.

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