viernes, 22 de agosto de 2014

No es cierto que cuando has perdido todo, no queda nada por perder, es el momento donde realmente todo se puede perder, porque lo que realmente parece haberse perdido, sólo se esfumó, se alejó de mi vida, para exponer en una apuesta, aquello que verdaderamente se puede perder. Mi vida, la vida con la que se sueña, la que se desea y parece esfumarse. Es la verdadera perdida a la que enfrentarse, rendirse sin condiciones al fatalismo, o retomar la lucha perdida, entregarse al olvido o reblarse al destino, sin las cargas perdidas.
Para ello es necesario permitirme ver con cruda claridad, la realidad que me rodea, y emprender la batalla con mis manos, sin negar la ayuda, mas rehuyendo de todo acto salvador. Es el momento de salir corriendo.
Ese momento llegó a mi vida, la apuesta más importante de mi existencia se presentó en mi puerta. Tomé conciencia que lo juego no es una casa, o una cuenta corriente, sino mantener las ganas de vivir, mantener mi vida, cuando ya nada puede atraparme ni angustiarme. Es el instante donde sacar fuerzas de flaqueza, y arañar la ausencia de las perdidas, rehaciendo mi mundo.
Miro, en espera, el espacio donde trancurre mi vida, miro esperando que reclamen lo que ayer me perteneció, mientras me resisto a resignarme a la verdadera derrota, ser un muñeco de trapo, trasladado de estantería en estantería, expuesta mis miserias al escrutinio de miradas profesionales. Juicios de valor sobre mis dolores, y mis esperanzas, para ser premiado con migajas de caridad, actos de rescates que impiden mi vuelo, anulando mis manos capaces de producir futuro.
Es el momento de vencer la gran tentación, de huir de ser victima, y renunciar a ser salvado, a ser rescatado, saltando al vacío donde mis habilidades han de permitirme ganar la apuesta.
Saltar al vacío conteniendo la angustia, fijando la atención en posibilidades aún fictícias, para convertirlas en realidades materiales. Manejar los pasos  sobre el vacío, expuestos a la voluntad del viento, y revestido de desvalimiento, frágil hago acopio de fuerzas, e insisto en mirar el horizonte a pesar de las dificultades que las perdidas dejan.
Miro mi reflejo en el espejo, cuando sólo queda ganar mi vida, y únicamente queda un pacto de compromiso conmigo, de respeto a mi persona, y de orgullo para revertir mi condición, pelear hasta desfallecer, sin renunciar a la ayuda, que no a salvadores profesionales. Miro mi rostro donde no existe maquillaje que camufle la verdad, donde el alma se desnuda y aunque se espera la legión de acreedores, se persigue abandonar los rastros del desastre, que condujeron a la decisión única, a luchar por vivir, cuando sólo puedes perder la vida. 
 


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