miércoles, 1 de octubre de 2014

Cuesta mantener el equilibrio.

Precario equilibrio sostengo, luchando contra las fuerzas que merman mi ánimo. Agotan mi espíritu, en una desolada escena, donde desfilan todos los actos que emprendí, para salvar el culo que por momentos se moja, en las lágrimas que no sentí por mi rostro. Acciones entre lo absurdo y la genialidad, impulsos entre la calma y la desesperación, ascendiendo por esperanzas, que descienden a la desilusión. Salvaguardo mi confianza, mis energías para alcanzar una rendija por la cual escapar del estupor de hoy, albergando ilusiones que parecen esfumarse, confianza en la perdida de fe, sobre un mundo no cruel, sino indiferente. Un revés tras otro, rozando el maná que nunca desciende, mientras se pierde    la seguridad económica, y material, relegando el espíritu a manos necesarias para sostenerse. 
Cuesta mantener la firmeza cuando no hay pared, ni espada, sino la nada devorando el mundo que me habita. Cuesta proseguir, aunque no queda más remedio que mantener la pelea, tratando de romper las barreras, que sólo permiten oler los logros deseados, la tabla de salvación que permita mantener mi hogar, último reducto que no puedo perder. Cuesta mantenerse, cuando empujas con fuerza tu voluntad, desgastando energías, sin las cuales no recoger esperanzas e ilusiones.
Preguntarse si todo lo que permanece en espera, llegará a tiempo para revertir mi precario equilibrio, ser la medicina que revertirá la enfermedad, si seguiré refugiándome en mi hogar, o alcanzaré a llorar de alegría, desahogando tanta ilusión y frustración acumulada. Preguntarse si estaré a tiempo de descansar en mi seguridad lograda, si dejaré de vivir rachas de culpa, y eliminaré la rabia que inunda mi cuerpo en ocasiones. Preguntarse como lidiar con la frustración, cuando recibes consejos y escasos hombros donde apoyar la cabeza. Preguntar sabiendo que no habrá respuesta, al menos inmediatamente.

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