domingo, 13 de octubre de 2013

La piel hecha jirones, me muestro en carne viva, doliente, sintiente, revive al contacto del aire. Sal se esparce sobre mis heridas, escociendo el corazón que late automáticamente, y así despierta a la verdad, a la única verdad universal que cada día se muestra, ante el desprecio de la mirada de una razón desvergonzada. La vedad del sentir, de llenar el cuerpo de emociones que acercen el espíritu al universo, las huellas del amor, de la desepseración, de la ilusión del soñar, que se marcan a fuego en el cuerpo, por ello mudo mi piel, desnudo mi carne, para sentir hasta desfallecer cada átomo de vida, que no logró penetrar la callosa piel. 
Dejo de buscar en cielo, lo que llega irremediablemente a mi cuerpo, el calor del sol y su luz alumbrando mis desnudos ojos. Nada desentierro, pues quieto la vida se manifiesta en su totalidad, derrochando su presencia, en infinitas sensaciones, que escuecen y cicatrizan la existencia anodina. Corroe los dogmas que organizan el caos natural de la vida, como si comprender fuese imperio de la razón. Dejo de buscar para aceptar el golpeo furioso de la vida sobre mi cuerpo. Desecho el personaje, que no puede protegerse, se disuelve en el ácido del sentir. En el ácido de la única verdad universal.

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