Salen
en tropel los millares de soledades, concentradas en los nuevos altares, donde
confluir apelotonadas, calentando el frío solitario. Salen con idénticos
gestos, mimetizados a lo largo del contacto que les identifican, cual seres
normales. Discurren sus pensamientos memorizados dentro de los límites
impuestos. Desprecian lo mismo, como corresponde a seres de bien, viven encerrados
en el mismo lugar, al que identifican como libertad, una libertad programada,
que ejercida en su totalidad es descalificada, sonríen con idénticos sonidos
enlatados, y proponen las idénticas soluciones para cualquier problema, como si
tuviesen la llave maestra para todo, a pesar de existir continuamente tensiones
vitales.
Surgen
a la misma hora, eludiendo sorpresas, y de este modo ocultando deformidades
internas, que contradicen sus palabras. Perfuman el ambiente de su soledad, que
camuflan con el término de identidad, identidad otorgada por la masa, sustituta
de toda comunidad, masa uniformada para seres de bien.
Colonizan
las soledades organizadas las últimas fronteras de una vida natural.
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