Tras miles de
caras conocidas, miles de textos leídos, en planas pantallas, cuando llega el
frío de mi soledad, sólo quedan aquellas que prenden hogueras para alumbrar y
calentar la desesperanza, aquellos que beben mi sonrisa, en los amaneceres de
mi alegría desbocada, aquellos que miran tras el ejercito de atributos, y nos
aceptamos tal cual, desde la confianza que permite ser sinceros en opiniones,
sin que ello desconecte todo el cariño que fluye en soleadas soledades.
Al final cuentan
aquellas personas que dan el calor en las noches de desilusiones, que logran
crear una fiesta en la nada del aburrimiento, celebrar lo absurdo como seguir
existiendo confraternizados, porque de lo extenso del mundo, sólo en un puñado
de granos descubro el universo, en unas gotas de lluvia siento que existo. Y
más allá la nada, ruido que confluyen en mi camino.
Sólo me empapo de
vida, en compartir espacio donde sentir cuerpos y voces, en tiempo presentes,
allí donde añorar ausentes, y alegrar la mirada con rostros amados, vistiendo
el corazón con venturas del ayer, y llenar el espacio vacío con tiempos vivos
del hoy. Momentos donde confesar los secretos más recónditos, sin temor a
burlas, porque el calor humano prevalece. Vida que nace del encuentro, del
íntimo encuentro de unos pocos átomos en una inmensidad inabordable. Ahí está
el vivir, en ese puzle de compenetrar unas partículas que fluyen al son de un
mismo corazón.
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