miércoles, 23 de octubre de 2013

Tras miles de caras conocidas, miles de textos leídos, en planas pantallas, cuando llega el frío de mi soledad, sólo quedan aquellas que prenden hogueras para alumbrar y calentar la desesperanza, aquellos que beben mi sonrisa, en los amaneceres de mi alegría desbocada, aquellos que miran tras el ejercito de atributos, y nos aceptamos tal cual, desde la confianza que permite ser sinceros en opiniones, sin que ello desconecte todo el cariño que fluye en soleadas soledades.
Al final cuentan aquellas personas que dan el calor en las noches de desilusiones, que logran crear una fiesta en la nada del aburrimiento, celebrar lo absurdo como seguir existiendo confraternizados, porque de lo extenso del mundo, sólo en un puñado de granos descubro el universo, en unas gotas de lluvia siento que existo. Y más allá la nada, ruido que confluyen en mi camino.
Sólo me empapo de vida, en compartir espacio donde sentir cuerpos y voces, en tiempo presentes, allí donde añorar ausentes, y alegrar la mirada con rostros amados, vistiendo el corazón con venturas del ayer, y llenar el espacio vacío con tiempos vivos del hoy. Momentos donde confesar los secretos más recónditos, sin temor a burlas, porque el calor humano prevalece. Vida que nace del encuentro, del íntimo encuentro de unos pocos átomos en una inmensidad inabordable. Ahí está el vivir, en ese puzle de compenetrar unas partículas que fluyen al son de un mismo corazón.

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