Es necesario desear, necesario para la existencia sentir deseos, sin los cuales no existirían los sueños que impulsa a construir una vida. Ni configuraríamos vidas familiares, ni escogeríamos nuestras profesiones. Es licito y necesario desear. Llenarse de la pasión por vivir tal cual aflora en nuestro interior, tal cual imaginamos, y dejarse llevar por las cataratas de emociones que conlleva vivir un deseo, una pasión que anido de algún modo y que sin ella no logramos sentir en plenitud la vida.
Desear en libertar, y aferrarse, que es el gran peligro, atarse a un deseo renunciando al resto, pretender que se desarrolle con excesiva meticulosidad, en un autoengaño que conduce a escalas de sufrimiento evitables. Puesto que no todos los deseos se cumplen, ni todos se desarrollan al orden de ya, pare si todos nos ilusionan, no aportan experiencias, y mantienen una comunión con la vida. Comunión que rompe el aferrarse a la posible existencia de un deseo, hasta el punto de identificarlo como la fuente de la vida, cuando en realidad son la chispa de la vida.
Es necesario buscar que se cumpla el deseo, manteniendo la calma al saber que no ha de ser así, o una vez satisfecho esperar a que aflore el siguiente deseo, y mientras tanto consumirlo sin reservar nada.