miércoles, 28 de agosto de 2013

El día de hoy se encubre en nebulosa, no sólo por las lágrimas del cielo que empañaron mis ventanas, ni el tapón que ofrece las nubes filtrando la luz del sol. Que aunque ayudan a dar sensación de cuento de hadas, no son el origen de la espesura  que envuelven a mis pies, ni de la aceptación de la derrota, que aleja los frentes que rodean mi existir por este desierto de hormigón y asfalto. 
Permiso que logro para abandonar la periferia de la autovía, el arcén por el cual me vi forzado a transitar, procurando penetrar en la vía, por la cual circulan otros seres, otras almas dolientes. Permiso que se obtiene en un trueque de rendición, ofrezco mi renuncia y aceptación de exclusión, para transitar por el verde campo que a mi derecha se expande.
Así transito la ciudad que me acoge, alejado de miles de malos augurios, puesto que fui de los primeros en caer en batalla, ignorando discursos que culpan al individua por no saber actuar en la sociedad que le correspondió, que justifican sus actos pregonando que el dolor es culpa tuya, discursos individualistas, de los cuales me cansé de ver y escuchar. Como me cansé de ver y escuchar los discursos gregarios que pretenden que renuncien a quien soy, para formar parte de la masa informe que alguna mente prerclara guiara.
Acepto ser un extraño en un mundo enloquecido, entre guerreros sin sentido, y silencios cómplices, entre quienes ven exclusivamente bellos amaneceres, y no afrontan el dolor que al lado llega, porque no hay ganas de escuchar, y con simplemente oír conforman la vida. Ausencias de compromisos y responsabilidad, ausencia de autocrítica. No en el día que comienza el declive del verano, y la berbena se instaló en mi ciudad, me reconozco extraño a la jauría de gritos que en mayor o menor medida imponen voluntades, encajes de un mundo que se ajusta a sus necesidades, pretendiendo actos de fe en las manos que sujetan mi piel,cuando necesito exponer mi vida, vaciarme para encontrarme, sin que nadie ofrezca solución alguna, pildora que resuelve el dolor, camuflándolo.
Hoy asumí la imposibilidad de vencer y abandoné mis armas para vivir mi vida, aquella que me pertenece, aquella que no me exige renunciar a mi persona, y acepta que compartamos experiencias y nos comprometamos en construir un espacio de convivencia. Pudiendo discrepar sin ofender. Mas no encuentro aún dicha tierra prometida, dicho encuentro con personas extrañas, que en definitiva son las auténticas, aunque sigo su rastro, oigo el eco de sus emociones, y huelo la brisa de la esperanza, que se sitúan al margen de un constructo oficial.
Hoy  que me derroté, dejé la culpa, y la fusta la quemé, sentado en el patio de un agradable café, donde leí, mientras la cafeína inundó mi sangre. Regresé a mi casa, oteando las calles, reconociendo los rincones donde compuse retazos de mi existencia. Hoy pude vivir en otro mundo, sin de dejar de transitar por este.

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