Hay momentos en la vida, que todo se para, se silencia, incluso esta nos olvida. Nos recluye en un espacio tapiado para que berreemos toda frustración, mas no actúa a nuestros esfuerzos. Inicialmente empujamos los muros que nos retienen, actuamos desenfrenadamente, buscamos trabajo si lo hemos perdido, buscamos a la pareja que nos abandona, negamos estar enfermos a pesar de los dolores que se sienta, negamos la soledad que nos rodea, pretendiendo llevar una vida que ya no nos acepta, que ya no podemos llevar, y así un día sentimos caer en un pozo, y soltamos la batería de justificaciones, de rabia, de incredulidad, y ocultamos la confusión, que sí sentimos.
La vida prosigue y uno sólo la ve pasar, imposibilitado para sentir ni siquiera el roce de su piel, manteniéndonos olvidado.
Y en la confusión y la aceptación incondicional del derrumbe de un mundo comenzamos a ver, a mirar en las profundidades de nuestra personalidad, en las heridas que obviamos, en el niño que fuimos, en sus deseos que perdimos, y descubrimos en el espejo que hace mucho que no observaba el rostro, el rostro que no reconozco. Y otro día sientes un ligero dolor y te preguntas desde cuando no sentías tu cuerpo. Y mundo prosigue, sin uno.
El proceso es largo, tanto como el polvo acumulado en los olvidos de si mismo, y a veces surgen chispas que alientan un poco el espíritu, pero no al cuerpo, ni a la vida que ignora los esfuerzos, y cuando compruebas que sólo es un fogonazo, te deprimes y desesperas, arrancando con furia todo enfado acumulado, toda furia ante lo que se considera injusto. Volviendo a mirar a si mismo, metafóricamente y literal, puesto que tu rostro busca refugiarse en el pecho.
Así transcurre otro tramo, en la dinámica de chispazos, y decepciones, hasta que un día, hastiado de la etapa, habiendo sorteado el pánico a vivir, o caer en el inframundo, leyendo, o escuchando un documental o una canción, compruebas que la nitidez en tu mirada ha aumentado, hasta el punto de reconocer que los chispazos son los dones, o sueños o deseos que quieres cumplir. Compruebas que tras dar mil vueltas a tus pensamientos, sientes como todo se allana, se clarifica, se simplifica, y coincide que dejas de vestirte con etiqueta alguna, y juegas con tu niño, origen de la sabiduría personal, y tu cuerpo ya no se mueve pesadamente, y notas el latido del corazón, sus pulsaciones, y confías en la vida, descubriendo que a veces hay que frenar y cual águila que se renueva desde el pico, hasta el pelaje, y tenemos que renovar el alma, el corazón, la menta para proseguir viviendo con intensidad la vida, que comienza a anunciar su invitación a su festín.